El pasado 5 de diciembre se estrenaba en los Teatros del Canal de Madrid esta producción anglo-española financiada por el gobierno de Arabia Saudita. Un proyecto más que ambicioso que cuenta con una inyección de capital de nueve millones de euros para llevar a los escenarios la historia de un joven beduino, Tirad, en busca de su propio destino: el caballo soñado.
Ambientada en el país saudí a finales del siglo XIX, se trata de una historia de sueños y anhelos donde el Londres victoriano y el Medio Oriente se unen en un mismo escenario para narrar el encuentro de dos culturas tan opuestas como similares. Culturas, a su vez, que muestran con mayor o menor sutileza los aspectos más benévolos de ambas: una tierra de ensueño donde cada buena acción tiene su recompensa y una mujer liberal en una época donde el puritanismo era la moral establecida.
Producida y dirigida por dos figuras españolas, Andrés Vicente Gómez y Víctor Conde, queda claro que se trata de una producción con una clara vocación inglesa. Así, no es de extrañar que tanto el libreto (Roy Loriaga) como la partitura (Albert Hammond, John Cameron y Barry Mason) tengan ese sabor tan británico. Mientras uno se deleita con la música es capaz de intuir que la misma se ha compuesto para la lengua de Shakespeare.
La creación de un musical a partir de una historia completamente original, sin ningún precedente al que aferrarse en caso de duda, tiene una dificultad añadida ya que el desarrollo de la historia ha de ser coherente y explícito en todos sus detalles. En este caso, queda manifiesto que el libreto tiene algunas carencias de fondo que quedan plenamente expuestas durante la puesta en escena. La falta de definición en algunos aspectos de la historia, así como la falta de atino en la presentación de algunos personajes y algunas transiciones inconexas entre las diferentes escenas, crean cierta confusión en el espectador en algunos momentos de la representación.
Sin embargo, hay aspectos tan impresionantes en este musical que lo hacen digno de formar parte de la agenda de cualquier espectador: la maravillosa escenografía de Morgan Large, el magnífico vestuario de Yvonne Blake con innumerables figurines y, ante todo, el equipo de bailarines que da vida con virtuosismo a un maravilloso equino tordo. La solución de la representación de los caballos a través de la danza ha sido todo un acierto. De este modo, se crea una perfecta sincronía e ilusión aunando la belleza y la grandeza de estos animales a través de la gracia, destreza y fuerza de los bailarines.
Sin duda, son los actores lo que hacen de este musical lo que es. Partiendo de Marta Rivera (Al Kansha)que está espléndida en sus diferentes facetas, Miquel Fernández (Tirad) que carga con todo el peso de la representación o la maravillosa calidad vocal de Julia Möller (Lady Laura),hasta llegar a esos personajes secundarios que se abren paso a través de la conciencia del público gracias a las actuaciones de Guido Balzaretti, Elena Medina, Tony Viñals o Carlos Solano, entre otros. Actores que bordan la representación al mismo tiempo que son capaces de cambiar de registro y vestuario en tiempo récord. Un elenco de órdago para una historia a la que aún le queda cierto recorrido para poder convertirse en uno de los grandes musicales.