George y Lennie son dos amigos de la infancia que sueñan con poder trabajar su propia tierra en plena depresión estadounidense. Durante dicha época de crisis económica donde el machismo, el racismo y la violencia están a la orden del día, ambos demuestran que la amistad va más allá de lo físico, los psíquico y los prejuicios.
Como bien decía Del Arco durante su presentación en Madrid, no se pretende en ningún momento ambientar claramente la obra en un tiempo o lugar concreto, sino que se intenta dejar de lado en cierta manera esos datos para que el público pueda centrarse exclusivamente en la propia historia y la increíble amistad que se da entre ambos personajes. Tanto es así que uno se olvida del dónde y el cuándo para únicamente extrapolar el verdadero sentido de la narrativa.
Uno de los grandes éxitos de este montaje, a parte de la dirección, ha sido la elección del elenco. Gracias a su variedad y calidad, el espectador se imbuye de todos esos sentimientos necios propios de las épocas de escasez y la necesidad de los hombres.
Roberto Álamo se introduce en la piel de un hombre con una fuerza descomunal pero con una deficiencia psíquica importante que no le permite distinguir qué es lo que está bien de aquello que no lo está. Álamo convierte a Lennie en un personaje tierno y entrañable a la par que aterrador puesto que sus actos, aunque sin maldad, pueden ser realmente peligrosos. Por su parte, Fernando Cayo interpreta a George, un hombre capaz de enorgullecer al espectador gracias al sentimientos de amistad y devoción hacia su acompañante.
Irene Escolar, única figura femenina de la obra, es una mujer de decencia distraída que lo único que quiere es sobrevivir en un mundo de hombres. Inocente pocas veces, provocadora otras tantas, es la constante inoportuna de la historia.
Gracias a la iluminación, el sonido, el vestuario y el resto del equipo técnico, la escenografía, obra de Eduardo Moreno, nos sitúa con maestría en los diferentes espacios donde se van encontrando los protagonistas. Paisajes inhóspitos situados en medio de la nada, granjas atestadas de trabajadores o dormideros convertidos en habitaciones exponen al hombre como mera herramienta en un ambiente rural empobrecido.
Debido a la situación socioeconómica actual, el público español es capaz de comprender en mayor medida el ansia de independencia económica de los personajes y, a su vez, ver con cierta frustración como los planes, por muy elaborados que estén, se ven truncados por factores externos a pesar de la buena intención que pueda ponerse en ellos.
De ratones y hombres es, en definitiva, una tragedia moderna que, a día de hoy, puede verse, aunque en una época y un tiempo distintos, girando cualquier esquina. Sin embargo, es ese gran amor y devoción que sienten ambos amigos lo que realmente hace este libreto tan especial.