El pasado 1 de marzo se estrenaba en el Escenario Puerta del Ángel de Madrid el nuevo espectáculo del Cirque du Soleil, Kooza. Un montaje de la compañía formada por Guy Laliberté y Daniel Gauthier en 1984 que vuelve a los orígenes más clásicos del circo: las acrobacias y los clowns.
El espectáculo escrito y dirigido por David Shiner, quien trabajase como clown en la que fuera la cuarta producción del circo quebequés en los años noventa (Nouvelle Espérience), se estrenó por primera vez en la ciudad de Montreal en 2007.
La herencia de Shiner se ve reflejada en el importante papel que juegan los payasos en este montaje. A parte de ser, a su manera, conductores de la obra, estos simpáticos personajes contraponen el humor frente a la fuerza y la destreza de los acróbatas creando con armonía una clara polaridad en escena.
Los artistas de esta compañía ponen de manifiesto que el movimiento es arte. Con una increíble plasticidad, generando hermosas formas y con una belleza inaudita en los movimientos, crean número a número una sensación de incredulidad y admiración en los asistentes que a duras penas pueden contener ayes y respingos.
Por su parte, la puesta en escena es sublime con un despliegue de calidad incomparable aunque, eso sí, un tanto más humilde de aquello a lo que acostumbran. Sin embargo, a pesar de su visible calidad, esta queda relegada a un segundo plano para dar visibilidad a aquello que realmente lo merece: el artista.
Stéphane Roy es el encargado de la concepción de una escenografía colorista y brillante con tintes naturales coronada por la torre móvil, conocida como «bataclan», refugio pasajero de cantantes y orquesta. Este diseño, inspirado en la cultura hindú, concuerda asimismo con la partitura compuesta por Jean-François Côté que, además de ese carácter folclórico indio, adereza con estilos tan dispares como son el pop, el funk o la música orquestal.
Mientras, el magnífico diseño de vestuario de Marie-Chantale Vaillancourt se ve ensalzado por la propia caracterización de los personajes que evocan parajes del Oriente. Con una firme intención de volver a los orígenes, predominan en ciertos diseños los colores circenses por antonomasia: blanco, rojo y dorado.
Un espectáculo totalmente imprescindible colmado de belleza y sobrecogedores instantes en los que el publico contiene la respiración durante interminables segundos y donde se suceden innumerables suspiros de alivio tras «el más difícil todavía».