Más de diez años han pasado desde que se estrenase esta obra en el Teatro Coliseo de Madrid con una estancia de más de diecinueve meses en cartel. Sin embargo, en esta última ocasión, el factor económico y la subida de los impuestos han contribuido a la cancelación de muchas de sus funciones y a un prematuro adiós en su gira española.
Con libreto y letras de Alan Jay Lerner y música de Frederick Loewe, este musical basado en la obra Pigmalión de George Bernard Shaw narra la historia de una joven de origen humilde y habla vulgar que, tras un agitado encuentro con un profesor de fonética, decide perseguir el sueño de ser una respetada dependienta en una floristería. Una historia que por no ser abiertamente romántica tiene muchos detractores pero que, por esa misma sutileza, candidez, frescura e inocencia que la caracteriza, se ha convertido en uno de los clásicos favoritos del público.
Esta última producción dirigida por Jaime Azpilicueta (Sonrisas y lágrimas) y Sergi Cuenca en la dirección musical, hace alarde de contar con un elenco de grandes profesionales de la talla de Paloma San Basilio (Eliza Doolittle), Juan Gea (Henry Higgins), Joan Crosas (Alfred P. Doolitlle), Ana María Vidal (Sra. Higgins), José Ramón Henche (Coronel Hugh Pickering) y Víctor Díaz (Freddy Eynsford-Hill).
San Basilio vuelve a interpretar a Eliza Doolittle demostrando que es una de las grandes actrices del teatro musical con una voz que no tiene parangón. En el momento que canta, es capaz de hacer vibrar a todo el teatro sin apenas proponérselo. Sin embargo, a pesar de ser una gran artista, el papel de la joven Eliza se ve deslucido debido a la madurez de la que hace gala la madrileña. De hecho, queda manifiesta la diferencia generacional existente entre el grupo de actores protagonistas y el resto del elenco. Esa cierta homogeneidad en los papeles principales logra alejar momentáneamente dichas apreciaciones del espectador, permitiéndole disfrutar del espectáculo sin mayor conciencia de lo anteriormente mencionado. Así, uno se puede encandilar con uno de los números más entrañables y esperados de mano de Víctor Díaz con «La calle en que vive mi amor», un tema íntimo, sentido, que nos recuerda ese lírico que tanto le favorece.
Joan Crosas, por su parte, es el encargado de aportar la jovialidad y el genio encarnando al interesado vividor cuya dialéctica dejaría apocado a cualquier oyente distraído. En cada una de sus apariciones despierta el ánimo de los asistentes gracias a su desparpajo y sinvergonzonería dirigidos por las coreografías de Goyo Montero. Estas animan una puesta en escena ambientada con la escenografía de Montse Amenós, la iluminación de Albert Faura y el espléndido vestuario de Gabriela Salaverri.
A pesar de que quizás con un elenco que se ajustase más a un perfil joven y, por lo tanto, más adecuado para los personajes que protagonizan esta historia, se hubiese podido calar con mayor profusión en el espectador medio; la calidad actoral del espectáculo y la magnífica orquesta en directo lo hacen merecedor de un hueco en la agenda de cualquier amante del género.