El pasado 7 de marzo se estrenaba en el Teatro Español la versión española de Skylight de David Hare, una historia de amor entre dos personas cuya visión sobre la vida y la realidad marca su propia perspectiva en el amor.
Estrenada originalmente en el Teatro Nacional de Londres en 1995, la adaptación española llegó en 2003 al Teatre Romea de Barcelona donde cosechó un importante éxito propiciando que al año siguiente realizase una gira por diferentes ciudades catalanas. Ahora, años después, José María Pou, director y traductor de la producción, recupera este texto para presentarlo en la Sala Grande del Español.
Hare, uno de los dramaturgos contemporáneos más importantes, está convencido de que el escritor tiene el deber de interpretar la sociedad en la que vive. Así, no sólo cuenta una bárbara historia de amor sino que, a través de las palabras de sus personajes y sus conversaciones, realiza una áspera crítica a la sociedad y los diferentes problemas que se ven reflejados en sus protagonistas, en sus decisiones y en su estilo de vida.
Los dos pilares de la narración, Tom Sergeant y Kyra Hollis, están interpretados por el propio José María Pou y la madrileña Nathalie Poza quienes, junto a Sergi Torrecilla como Edward Sergeant, realizan un espléndido trabajo. En escena, ambos actores recrean momentos de pasión envueltos en la noche y donde la madrugada juega el papel clarificador por medio de duras confrontaciones y argumentos mordaces.
Se muestra así una dicotomía manifiesta entre ambos personajes, entre ambos mundos. Jugando uno el papel del capitalismo, la otra defiende la necesidad del trabajo social y de cómo una pequeña aportación puede generar importantes cambios. Dos visiones del mundo basadas en su experiencia y vivencias que se interponen en medio de un vivo sentimiento reticente a superar estas mismas diferencias.
La puesta en escena, como casi siempre en el Español, es espléndida. Con escenografía de Llorenç Corbella y vestuario de María Araujo, se sitúa a los intérpretes en un humilde loft de un suburbio londinense. Toda la escena cuenta con el más mínimo detalle para que el espectador pueda sumergirse en la trama, sienta el paso del tiempo y juegue con sus sentidos, incluso con el olfato.